La crítica de Nietzsche al cristianismo: la muerte de Dios y el superhombre

 La obra de Nietzsche se dirige a destruir la metafísica clásica y sus encarnaciones contemporáneas a partir de un método, el genealógico, que escruta la fundación misma de la metafísica occidental para denunciar la inversión de los valores que significa un rechazo a la vida, según él lo entiende.  
 En estos comienzos encuentra Nietzsche la obra de Platón y su continuación en la filosofía cristiana. En síntesis, el dualismo ontológico platónico, con su concepción de los dos mundos, el ideal y el real, constituye una fábula que enmascara lo elemental del rechazo a la vida. Al distinguir entre lo real y lo ideal se realiza una valoración: el bien es inteligible o se encuentra en un mundo espiritual y el mundo sensible, la materia, representa el mal, lo negativo. Nietzsche entiende que esto supone una inversión de los valores, puesto que significa negar la vida y refugiarse en el consuelo de una existencia futura más allá de la muerte. La búsqueda de este consuelo es característico de las naturalezas débiles, de aquellos que no pueden aceptar plenamente la vida, de aquellos que temen el dolor, el sufrimiento y la muerte y se esconden en la ficción de un "mundo verdadero".
La muerte de Dios significa, en el anuncio que hace Nietzsche de la misma, la desaparición de los valores tradicionales de la cultura europea. Este acontecimiento significa que el hombre europeo se encuentra sin referencias morales para guiar su conducta, sin relatos que expliquen el sentido de la existencia. La muerte de Dios es una posibilidad para una transvaloración de los valores, para restituir los valores de la vida que la metafísica había condenado. El nihilismo en el que se encuentra el hombre europeo tras la muerte de Dios sólo puede ser "superado" con la venida del superhombre, una figura conceptual que Nietzsche propone para entender un tipo de humanidad afirmadora de la existencia más allá de aquellos valores establecidos por la metafísica tradicional.